El suelo está mojado. El aire húmedo. Ha estado lloviendo estos días. Cinco días sin parar. La humedad se filtra en los huesos y hace que tiembles de arriba a abajo.
Es de noche. Los zapatos están saturados de agua y se oye “squish squish” a cada paso que doy. Tengo los pies congelados. Es una sensación horrible tener los pies empapados pero sigo caminando igual.
Todo mi cuerpo está en tensión. No hay luz alguna. Las calles están muy oscuras. Todo me resulta triste y siniestro. Voy cantando en mi cabeza nuestra canción. Una joya clásica; una canción que ha atravesado los tiempos: Still Loving You, de los Scorpions.
Ya no sé si los escalofríos son por la canción o por el frío al que mi cuerpo está sometido. Las lágrimas salen de mis preciosos ojos como tú los describes siempre y la frustración inunda mis pensamientos.
Siempre te he amado. Me pregunto si tú también. No sé si lloro por tu ausencia o tu presencia hace poco. Habías venido hace unos días a ver a tu familia. Quedamos para tomar algo y todo había vuelto a surgir. Esa química, esa pasión desenfrenada, nuestros besos, nuestras miradas y caricias, tus te quiero y nuestras sonrisas. Todas estas cosas hacen que yo te ame sin poder evitarlo, sin esfuerzo.
Lo nuestro era imposible. Siempre lo ha sido. Para mí es insuficiente verte unos días cada cuatro meses. Yo quiero más.
Ahora estás lejos de mí de nuevo y otra vez no estamos juntos. Tus te amo se los llevó el aire y tus besos no están aquí. Es increíble lo mucho que se te puede echar de menos. No hemos hablado desde entonces. Siempre dijimos que el silencio es lo mejor para no volvernos locos, así la ausencia del otro es más llevadera. “El silencio es la mejor cura” me dijiste un día.
Camino sin rumbo. Voy vagamente en la dirección de mi casa, pero no quiero llegar. Lo único que hay en mi casa es tu aroma y una camiseta que te robé para dormir en ella. No voy a ir a mi casa esta noche. Lo único que no sé todavía es dónde voy a acabar.
Me estoy calando entera, pero da igual. Me estoy muriendo de frío, pero me estoy muriendo por dentro igualmente.
Al cabo de un rato me apoyo en una barandilla. Intento descansar mentalmente. Respiro profundamente… lentamente… Cierro los ojos, levanto la cara hacia el cielo y siento las gotas de lluvia en la cara. No sé cuánto tiempo paso así.
Abro los ojos. He tomado una decisión. Empiezo a correr. No debo pararme o me agotaré y no seguiré adelante.
Por fin llego a mi destino. Me refugio en el interior. Estoy calada. La gente me mira extrañada. Jadeo debido a la carrera. Me falta el aire. Me acerco a la taquilla y hablo con la taquillera:
– Un billete para Santander.
– ¿Ida y vuelta?
– Sin billete de vuelta.