Tu dedo roza mi oreja.
– Se nota cuando alguien ha estado llorando.
– ¿Sí?
– Sí. A ti se te nota, por ejemplo, en los ojos. Normalmente brillan con anticipación y pasión. Cuando has llorado se te apagan por completo.
– ¿Sí?
– Sí. Y tu cara está más roja y tensa.
– Pues vaya, siento que veas esa parte de mí.
– Yo no. Me gusta observarte – tu dedo no ha dejado de rozar mi oreja -, me gustaría compartir más contigo; incluso tu dolor, si eso es lo que sientes.
Me aparto ligeramente, sesgando el roce.
– No puedo… él… mi hombre…
– Él no va a volver, Clara. Ya no está aquí. Siempre le querrás y yo no voy a competir con eso. Nunca dejaré de respetar el recuerdo de Máximo, pero él no va a volver.
Haces una pausa, acercas tu mano de nuevo con delicadeza. No quieres forzar y respetas mi espacio, pero anhelas que acepte el contacto.
Apoyo mi cara en tu mano. Puede no parecer mucho. Para mí es una enormidad.
– Le quise tanto… – digo en un susurro.
– Su muerte no marca el fin de ese amor. Tampoco marca el fin de amar a otro.
Me estás acariciando. Llevo tanto tiempo queriendo sentir a alguien cerca, sentir de nuevo emociones que ya creía apagadas para siempre. Pese a todo, sigo notando reticencia por mi parte.
– Gabriel, yo… no sé si me veo capaz. No creo que pueda soportar que me rompan el corazón de nuevo.
– Clara, llevo a tu lado todos estos años. No tengo una bola de cristal y no te puedo prometer que no ocurran desgracias. Sí que te puedo prometer que lo que controlo y está en mi mano no te romperá el corazón.
Apoyo más mi cabeza en tu mano, permitiéndome sentir tu calor cada vez más cerca, nuestros cuerpos casi tocándose. Tu sofá ha sido un refugio inimaginable en muchas ocasiones. Ahora es testigo de este momento, de un posible antes y después.
Acaricio la base de tu cabeza, el nacimiento de tus canas, y cierro ligeramente los ojos.
– Déjame hueco en tu corazón – me susurras al oído -. Te entrego el mío – dices con un beso en la mejilla -. Permíteme ser alguien al que amas – otro beso en el mismo sitio -. Déjate sentir esa gran sensación que es querer y construyamos algo juntos – otro beso -, con la base de nuestros pasados y con vistas hacia el futuro.
Abro los ojos. Me estás mirando fijamente, lleno de promesas que se cumplirán y de esperanzas que prometen.
– Déjame volver a hacer brillar tus ojos.
Esta vez te beso yo.