Hay una virgen en la puerta de entrada de tu piso. Es algo que detesto de España: la religión en cada rincón. A veces más evidentes, pero siempre ahí.
Siempre me fijo en ella (bueno, siempre me fijo en todo) cuando toco el timbre y espero a que aparezcas por la puerta. Es el mejor momento del día.
Sonríes y me tiras de la mano para hacerme entrar. Cierras la puerta y me besas apasionadamente contra la pared.
Miro de reojo la puerta, pensando en la virgen que hay al otro lado.
Más le vale a ella mirar a otro lado.