Estoy en la cocina de la oficina esperando a que infuse mi infusión (¿las infusiones hacen otra cosa que infusar? ¿o es infusionar?), pensando en mil cosas a la vez, como por ejemplo si las infusiones hacen otra cosa que infusar o infusionar. Miro cómo el agua se empieza a tintar de rojo e instintivamente pongo la mano en mis costillas, pensando en la tinta que me recubre a mí.
Oigo que llega alguien y bajo mi mano rápidamente. No sé por qué, imagino que porque no es algo que quiera compartir con cualquiera. Me fuerzo a no mirar. No tienes que saber todo, Catalina. Puedes esperar a que hable, por ejemplo. Deja de ser tan observadora y de pensar cinco minutos.
La puerta se cierra. Y no solemos cerrar la puerta a no ser que vayamos a criticar la empresa así que sonrío. Me apetece despotricar, esta semana ha sido jodida.
– Catalina.
Ostras, eres tú. Mejor que mejor.
– Hola Aitor – te digo con una gran sonrisa.
– Tenemos que hablar…
Me quedo perpleja. Suena serio e inmediatamente empiezan a sonar todas las campanas de alarma. ¿Qué habré hecho?
– ¿Todo bien?
– Sí, sí. Es solo que tenemos que hablar del otro día.
No has parado de acercarte y estás a menos de medio metro de mí. Casi noto el calor que emanas.
– ¿El otro día? Aitor, ¿de qué hablas?
Te acercas más. Tu mano derecha coge mi jersey y lo levanta junto con la camiseta, poniendo al descubierto un poco mi tatuaje que viste el otro día.
Ah, ese otro día. Empiezo a entender y me estremezco con la posibilidad, con el roce de tus dedos contra mi piel y con el calor de ambos que empiezo a sentir.
– El otro día me enseñaste tu tatuaje y desde entonces no pienso en otra cosa que en tu piel. Y joder, me la imaginaba suave, pero es que es increíblemente suave… Y hostia, ¿sabes cuánto me fascina la mitología nórdica?
– No, no lo sabía. Pero Aitor, estamos en la oficina…
No sé ni siquiera cómo he conseguido contestar algo coherente. Me falta el aire y empiezo a notar las piernas flaquear. Menos mal que estoy apoyada contra la encimera. Tus dedos no han dejado de contornear mi tinta y estoy descubriendo que es una sensación que me va a resultar imposible vivir sin ella a partir de ahora.
Ignoras mi comentario y sigues:
– Y ahora que sabes que me fascina, dime, ¿me lo enseñarás otra vez?
– Todas las veces que quieras.
Pones tu cuerpo contra el mío, anhelando el contacto. Me empujas contra la encimera sin miedos ni vergüenzas. Claramente te da igual que estemos en la oficina y yo admito que me está gustando la idea. Noto tu deseo contenido que se atisba salvaje y tiemblo solo con pensarlo.
Me besas. Mi cuerpo responde. Mis manos se enlazan en tu pelo y mis piernas te envuelven. Me subes a la encimera y siento tu fuerza y tus ganas de mí. Es un deseo puro, incontestable. Un sentimiento casi primal, incluso ansioso. Me quieres devorar.
Nos separamos. Nos cuesta, pero es que el tiempo está contado, en cualquier momento alguien puede entrar y escandalizarse. Qué bonita palabra escandalizarse.
– Llevo queriendo hacer eso desde que se te levantó el jersey el otro día.
– Si esa es tu reacción, tendré que quitármelo delante de ti más a menudo.
– Todas las veces que quieras.
Muy bueno, me encanta Celine.
Gracias 🙂
Voy a mirar los jerseys de otra manera a partir de ahora 😉
¡Los jerseys son top!