Estamos en nuestro apartamento. Tú estudiando unos informes anuales en el ordenador y yo paseando furiosamente de un lado al otro de la cocina. He tenido un día horrible en el trabajo. El estrés me come.
Mi padre dice que es culpa suya que yo sea así de ansiosa. Que él lo es entonces naturalmente yo también. Lo cierto es que no importa si esa es la causa o no. Lo que importa es que ahora mismo parece que voy a gastar el suelo.
Cojo las llaves del coche y te las dejo suavemente en el teclado del ordenador. Me miras. Sabes que esto significa que quiero que me lleves lejos, que necesito escapar. Dentro de un coche siempre ha sido donde me encuentro segura y donde me puedo relajar. Sobre todo si conduces tú. Ser tu copiloto es mi válvula de escape.
Sonríes. Coges las llaves y cierras el ordenador. Me coges la mano y con la otra las llaves de casa. No hemos intercambiado ni una palabra. No hace falta.
Salimos de casa y cierras la puerta. Me acaricias la mano y me besas suavemente en la mejilla. “Yo te llevo” dice ese beso. Te aprieto la mano y sonrío. “Yo te sigo” dice esa sonrisa.